
Colima Antiguo http://ift.tt/2eZQPkf La verdadera historia de... LA CASA RAYADA, un hecho real. Las casa de Colima, aún con fachadas de cornisas, estaban en un noventa por ciento, techadas con “tejas de barro” las cuales, ya quemadas, adquirían un color “rojizo”. Este color de las tejas, visto desde los aeroplanos del transporte “PANINI”, daba a los pasajeros la impresión de ir volando sobre un mar rojo sólo entre cortado por líneas transversales (las calles) que le daban el aspecto de un tablero de ajedrez. Allí, entre aquella multitud de casas, había una por la calle Allende, a media cuadra, entre las calles 27 de Septiembre y Obregón, la cual destacaba del resto de casa de toda la ciudad tan solo por la muy particular y extravagante pintura de su fachada que daba frente al sur. La pintura de esta fachada consistía de franjas verticales de unos treinta centímetros, y cada franja era de color diferente emulando un arcoíris. La gente comenzó a utilizar esta casa como referencia para orientar a quienes lo requerían, al decir: de la casa rayada para allá o de la casa rayada para acá. Y así aquella casa llegó a ser conocida con el mote popular de “La casa rayada”. Al costado poniente de la casa rayada se encontraba ubicada la maderería Granados. En esta maderería se podía adquirir, toda clase de madera para la construcción de casas de teja. Esta maderería era propiedad del señor Granados. Allá, al costado sur del templo de la Merced, calle Hidalgo de por medio, había una casa colonial tipo colimota que contaba con buenas caballerizas, como era la usanza (fue derribada para construir la Escuela Tipo República Argentina). Para aquellas fechas la casa ya estaba bastante descuidada y deteriorada. Llegó a ser cuartel de soldados, más, para el tiempo que nos ocupa había sido convertida en cárcel general en la cual se concentraba a todos los reos del Estado de Colima, y, como contaba con las caballerizas, allí se acuartelaba a los de la policía montada y desde ese cuartel salían parejas de policías de a caballo para hacer sus rondines día y noche. Pasa esos años ya se escuchaba la radiodifusora XERL propiedad del señor Roberto Levy (de ahí las siglas RL). Esta estación difusora se localizaba por la calle 27 de septiembre No. 328 y, al lado sur, lindaba la casa propiedad de la familia Levy. Esta casa lindaba, al fondo, con la fábrica de jabón Casa Blanca y, allá en el tras corral, se erguían algunos árboles frondosos y vástagos de plátano que hacían más sombrío el lugar. Así, en este ambiente de tranquilidad transcurrían los días sin más novedades que las que se escuchaban en las noticias de la RL a las 10 de la noche o se leían en el bisemanario Ecos de la Costa, donde nos enterábamos de los acontecimientos de la segunda guerra mundial, pero esas cosas sucedían allá, lejos, del otro lado del mundo. Aquí, en Colima, la última noticia importante fue la del temblor de 1941. Después de eso nada importante sucedía. Así llegó la víspera de aquel día fatal cuya fecha exacta no me ha sido posible precisar y solo he podido ubicarlo dentro del periodo de gobierno del Gral. Pedro Torres Ortíz, más para el caso lo de menos es la fecha, lo que importa es el suceso. Decíamos, pues, que la víspera de aquel día transcurrió sin ninguna novedad. La noche cubrió con sus sombras la ciudad, cosa que a nadie sorprendió pues eso era cosa de todos los días. La débil luz de aquellas primitivas lámparas eléctricas, que ya se usaban, hacían grandes esfuerzos por no dejarse opacar por aquella intensa oscuridad. El absoluto silencio nocturno apenas era interrumpido por el monótono tracatá del pesado y lento andas de los somnolientos caballos de montada. Habían pasado ya las doce de la noche y el nuevo día había comenzado, eran, aproximadamente, las dos de la mañana; la luna, todavía desperezándose, trataba pesadamente de elevarse por el oriente para auxiliar a la luz eléctrica y amortiguar un poco aquella densa oscuridad. ¡De pronto!..... el Sr. Granados despertó sobresaltado; había escuchado algunos ruídos extraños, luego unos horribles alaridos y golpes secos en la pared que lindaba con su casa. Rápidamente se fajó su pistola, corrió al pasillo y se percató de que algunos gritos angustiosos se oían en el corral de la casa rayada; colocó una escalera y se asomó al corral. Su espanto fue mayúsculo al ver que un desconocido estaba matando a machetazos a su vecino. En el interior de la casa se seguían escuchando aquellos desgarradores gritos. No lo pensó mucho; fraguó un plan y lo puso en práctica. Tres disparos eran la clave para que la policía acudiera en auxilio de quien lo solicitara y tres tiros le descerrajó al hombre del machete al tiempo que gritana “ustedes atájenlos por la calle”, “al que trate de escapar mátenlo, nosotros ya matamos uno acá” Luego se bajó de la escalera, corrió hacía la calle y ¡pum! ¡pum! ¡pum!, otros tres disparos y repitió la consigna. Volvió a la escalera y nuevamente a la calle. Por fin llegaron los primeros montados, luego otra pareja; finalmente se junto gran contingente y acordonaron la manzana; otros saltaron al corral, forzaron las puertas de ambos lados y entraron….. ¿Qué era aquello? Lo pensé mucho y decidí que lo que allí sucedió es inenarrable, pues solo una mente sádica sería capaz de detallar aquella escena. Lo único que puedo comentar y lo digo con gran alegría, es el hecho de que por allí, en algún rincón de la casa fueron encontradas dos niñas, una de ellas aún bebé, a la cual le habían metido trapos en la boca para silenciarla, pero, a Dios gracias, las dos lograron sobrevivir. La policía (y los soldados que, según datos participaron) aprehendió a los malhechores y se los llevó a la cárcel. Pero ¡un momento! Reaccionó el señor Granados, ¡falta uno! El baleado. Lo buscaron, pero ya no estaba. Siguieron la huella de sangre, pero al poco andar ya no encontraron más rastro y se llegó a la conclusión de que había escapado antes de acordonar la mazana. Amaneció aquel nuevo día con la macabra novedad que corrió como reguero de pólvora. Toda la ciudad se conmocionó con la noticia. Luego vino la reacción; la gente exigía justicia y se le concedió; comenzó una serie de tormentos. Allí en los andadores del jardín Núñez, frente al templo de La Merced se llevó a cabo la ejecución de dichos tormentos. El jardín Núñez se ha caracterizado por sus frondosos y robustos árboles (en la actualidad quedan pocos); en ellos fueron colgados de los dedos pulgares aquellos hombres. Así permanecieron muchas horas. Al día siguiente les deshollaron las plantas de los pies y los obligaron a caminar sobre la sal que previamente se había esparcido por el piso del andador. Estos son los dos casos de tormento que me tocó presenciar. Era ya el tercer día, después de haber sido aprehendidos aquellos criminales cuando sucedió lo inesperado. De la radiodifusora XERL llamaron al cuartel de la policía para informar que en el trascorral de la casa de la familia Levy se encontraba un hombre que se quejaba lastimosamente. Cuando la policía se presentó se encontraron al hombre con una herida de bala en una pierna; el hombre se había aplicado un torniquete para evitar la hemorragia. Al parecer la herida se había producido por lo menos tres días antes y en el momento del encuentro, la pierna estaba totalmente gangrenada. ¡Era el prófugo de la casa rayada! Se lo llevaron y allí en las caballerizas del cuartel lo fusilaron junto con sus cuatro cómplices. Por lo que se pudo averiguar y de acuerdo a las declaraciones de los malhechores, todo comenzó de la siguiente manera: El día de la tragedia, cerca de las dos de la madrugada, este grupo de hombres se presento en la casa rayada. Llamaron discretamente y el señor de la casa salió para ver qué se ofrecía. Los recién llegados le informaron que eran compradores de gallinas; sabían que él tenía muchas y ellos querían comprarlas. El señor de la casa objetó que no eran horas para tratar este asunto. Los hombres le contestaron que ellos eran profesionales y sabían que esa era la hora justa para atrapar a las gallinas sin que éstas hicieran alharaca, atarlas de patas y alas y cargarlas como quien carga dos racimos de plátanos “burra” al hombro. El señor de la casa accedió y ... Han pasado más de sesenta años. Ya quedamos poco de aquellos que conocimos los hechos. Lo que ahora he narrado es el resultado de indagaciones, preguntando aquí y allá, entre las personas que fueron impactadas con aquella horrenda noticia y todas difieren en su versión, al cotejarlas entre sí, y seleccionando las coincidencias es que logré el presente relato. De hecho en una sóla cosa coincidimos todos los pocos que quedamos: todos nos hacemos la misma pregunta: ¿Por qué? *Sucesos de la vida colimense. Carlos García Ochoa.
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