
Colima Antiguo http://ift.tt/2vdgFro Leyenda de Media Noche 🌴🌴🌛🌴🌴 Buenas noches! que duerman bien :D LAS AVES AGORERAS. (Miguel Galindo, Historia pintoresca de Colima. 1939) Gran fama tienen nuestros indios de ser crédulos hasta la exageración, y de tomar como signos proféticos del porvenir los menores incidentes de la vida. Pero alguno de éstos datos tienen su preferencia, en especial la presencia o los actos de algunos animales. La mariposa negra se toma como señal de muerte por algunos, y por otros como signo de ventura. El encender un cigarrillo tres personas con el mismo cerillo anuncia o provoca una desgracia… De todas nuestras supersticiones o creencias que parecen tales, unas son propias de las razas americanas, y otras son reminiscencias europeas. Las aves han tenido fama como agoreras , desde los antiguos griegos y romanos. ¿A qué de debe que también en el nuevo mundo se encuentre creencias semenjantes? ¿Por qué se mantienen a pesar de nuestra actual civilización? ¿Coincidencias, herencias malsanas, debilidades del espíritu humano….? Más lo curioso es, y debiera llamar la atención de los hombres de ciencia, que esa debilidad sea en todas las partes del mundo tan semejante. Entre nosotros aves agoreras de gran fama han sido el tecolote, el pichacuate y la salta-pared. En el sur dominan algunas otras aves agoreras. No pude saber cuál fue una que nos avisó un futuo ataque de las tropas enemigas, cuando andábamos en campaña por el Istmo de Tehuantepec. La noche anterior no habíamos podido asaltar Rincón Antonio, porque el enemigo se dio cuenta de nuestra presencia, perdimos la oportunidad de la sorpresa, y aquel se preparó debidamente para arrastrar lejos y violentamente sus trenes antes de que nosotros pudiéramos alcanzarlos. Por otra parte, siendo el asalto de noche, nos veíamos entorpecidos para mover nuestra caballería en un terreno desconocido y lleno de hoyancos. Por esas y otras razones del general Hernández (Aurelio E.) dispuso que nos retiráramos a San Juan Guicicovi, a eso de las dos de la mañana, lo que hicimos, llegando a San Juan al amanecer. Saludando los primeros albores del día, una avecilla cantaba en un arbusto al paso de nuestra columna, en la que iban muchos indios mixtes. Uno de éstos le dijo al oficial que tenía cerca, que era el teniente Carlos Mancera: -Mire mi teniente, ahora sin tenemos guerra. (Quería decirle que ese día tendríamos combate) -¿Como lo sabes? –le preguntó el teniente. -Está cantando la pájara, le replicó el indio. El teniente Mancera sonrió con piedad ante la ingenua credulidad del indio; pero a eso de las dos de la tarde, los adversarios llegaban al pueblo por el mismo camino que nosotros, e iniciaron luego un combate que terminó a las siete de la noche, con su derrota. Se cumplió la previsión de la pájara, lo que el indio tuvo buen cuidado de recordar al día siguiente al incrédulo oficial que se había reído de la alusión. Pero volvamos a nuestro terruño. Por el barrio de San Francisco de Almoloyan encontré, al fijar mi residencia en él, que tenía fama el pichacuate de anunciar la defunción de alguna persona, con uno o varios días de anticipación . De esto me comencé a dar cuenta por las criadas que recogían las noticias del barrio cuando salían a proveerse de los artículos de primera necesidad para la extraordinaria alimentación. Yo reflexionaba como el teniente Mancera. El tiempo pasaba y el ave agorera, que no aparecía en meses enteros, dejaba oír a veces por las noches, en los árboles vecinos su canto melancólico. Al día siguiente se preguntaba a la criada por algún enfermo, y siempre lo sabía. En los días dolorosos de angustia, en que nuestra anciana madre sufría su última enfermedad, el ave agorera acompañaba con su canto nuestras noches de insomnio y de martirio. Por fin, nuestra madre murió, y la avecilla dejó de cantar. Tan frecuentes “coincidencias” no bastaron para que yo pensara otra cosa que lo que se ha pensado siempre de las supersticiones populares, y admirando la precisión de las “profecías”, recordaba la explicación que se ha dado de semejantes coincidencias: “Estos animales tienen, como las hormigas, una sorprendente finura de olfato, y la tendencia de acercarse a los lugares en que se encuentra algún enfermo.” Con esa ssofística argumentación de que hablo en el prólogo, quedaba satisfecho. Un día el pichacuate cantó, y en el barrio no había enfermo alguno. Dijimos a nuestros sirvientes: “Vean ustedes cómo el canto del ave y la muerte de alguna persona no es otra cosa que una casualidad. Ahora hubo canto y no habrá muerto” Por la noche, a eso de las nueve llegaron a buscarnos unas personas solicitando que fuéramos al extremo norte de la calle de Pino Suárez a ver un anciano que acababa de sufrir un ataque. El anciano era persona conocida nuestra; había vivido mucho tiempo en la casa contigua a la nuestra; era ladrillero y en los últimos tiempos se había convertido en agricultor, habiendo sembrado maíz en un potrero de Los Limones, a donde se iba a la madrugada, y volvía al atardecer. Ese día volvió, como de costumbre, de su labor. Poco después se le sirvió su cena, de la que tomó mayor cantidad que de ordinario, y no tardó mucho en estallar un ataque de apoplejía. Fuimos a verlo. Estaba muerto. ¡Tampoco esta vez se equivocó el ave agorera!
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